Dilma Rousseff, atacada por mujer

Brasil

La destitución de la presidenta brasileña viene rodeada de episodios de fuerte machismo

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La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, parece ser traspasada por una espada que empuña un militar

EFE / Wilton de Sousa Júnior

Si Hillary Clinton llega a ser la primera presidenta de Estados Unidos este año, se anunciará el acontecimiento en cientos de medios de comunicación como un gran paso adelante para las mujeres. Pero la destitución de Dilma Rousseff puede ser un gran paso hacia atrás en un país patriarcal y, a veces, violentamente ma­chista.

No ayudará a despejar estos temores el hecho de que Michel Temer, que sustituirá a Rousseff, haya nombrado el primer gabinete compuesto exclusivamente por hombres blancos desde la junta militar (1964-1985). La edad media de los 21 ministros nombrados ayer es de casi 58 años y todo ello en un país en el que la mitad del electorado son mujeres, el 54% afrobrasileños y en el que el 84% de la población tiene menos de 45 años.

Rousseff será sustituida por un hombre blanco de 75 años, cuya mujer, también blanca, de 33, ha sido retratada en la revista conservadora Veja –uno de los medios más agresivos en la campaña contra Rousseff– como “bella, comedida y del hogar”. Solo hay 45 mujeres de los 513 miembros de la Cámara de Representantes que inició el mes pasado el proceso de impeachment y las mujeres constituyen solo el 18% del Senado que culminó el proceso en la madrugada del jueves.

“Yo estoy orgullosa de ser la primera presidenta mujer elegida en Brasil”, dijo ayer Rousseff, un personaje digno de una tragedia de Shakespeare o de Kafka, juzgada y condenada por un Congreso en el que dos de cada tres miembros están bajo investigación por corrupción sin que haya ningún indicio de que ella haya cometido delito alguno. “Nunca me imaginé que sería necesario luchar de nuevo contra un golpe de Estado”, prosiguió rodeada de un grupo de simpatizantes cuya composición demográfica se encontraba a años luz de los hombres que votaron por su destitución horas antes.

El grado de machismo inconsciente respecto a Rousseff llama la atención a cualquiera. Un extécnico de Petrobras que despachaba con Rousseff cuando ella era presidenta de la maltrecha petrolera estatal dijo en una conversación el miércoles : “Era muy mandona, no escuchaba”. Hasta simpatizantes del PT hablan en los mismos términos. Un senador del PT declaró a Folha de São Paulo el lunes que “Dilma no tiene capacidad para dialogar y adaptarse al modo nacional de hacer la política”.

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Cadu Gomes / EFE

En general, se ha dibujado de Rousseff un perfil autoritario, poco dialogante y tozudo, lo que ha calado hondo en una opinión pública en Brasil que apenas conoce el debate sobre el feminismo. Rousseff resumió la situación en un encuentro con blogueros la semana pasada: “Se me ve como dura; los hombres que actúan igual son normales”.

En otro frente del machismo brasileño, Rousseff ha sido retratada con imágenes misóginas y violentas en la campaña. Los blogueros de la nueva derecha se han burlado de su ropa poco “femenina” y de su cuerpo en un país líder en operaciones de cirugía estética (la misma Rousseff se hizo un lifting en el año 2009).

Algunos grupos pro impeachment distribuyeron pegatinas para motoristas con una imagen de Rousseff con las piernas abiertas que se colocan en torno a la boca del depósito de gasolina. Jair Bolsonaro, el congresista de ultraderecha que dedicó su voto en favor de la destitución de Rousseff al militar que la torturó, ha comentado a otra representante del Senado que “no merece la pena ni violarte”. Jean Wyllys, el diputado de izquierdas que se enfrentó físicamente a Bolsonaro, ha calificado la votación en la Cámara como “una farsa sexista”.

El tono misógino de gran parte de la campaña pro impeachment en las redes sociales es tan extendido que las Naciones Unidas emitieron un comunicado el mes pasado en el cual advertían: “Ningún desacuerdo o protesta política puede justificar la trivialización de la violencia de género, una practica misógina y patriarcal que atenta contra la dignidad humana”. No es una anécdota. Cada día 15 mujeres son asesinadas en Brasil, uno de los cinco países con mayores niveles de feminicidos del mundo.

“Estamos defendiendo a Dilma por nuestros propios derechos”, dijo ayer una de las mujeres –muchas de ellas negras– que protestaban contra lo que calificaban como “un golpe” el miércoles delante del ayuntamiento en el centro de Río. Lucían camisetas rojas con imágenes de Rousseff en sus días de guerrillera, de pelo corto, raramente vista en Brasil.

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