Las fotos perdidas de Barcelona ya tienen autora: Milagros Caturla

Una paciente investigación de Begoña Fernández descubre a la que merece ser conocida como la Vivian Maier catalana

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CARLES COLS / BARCELONA

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Caso resuelto. Las llamadas ‘fotos perdidas de Barcelona’ han dejado de ser anónimas. Son obra de Milagros Caturla (1920-2008), que merece sin duda el título de la Vivian Maier de Barcelona. Con una Leica M2, la versión más barata de esta mítica marca, pero muy fiable (con ella, por ejemplo, Alberto Korda tomó la más incónica de las imágenes del Che Guevara) Caturla capturó a principios de los años 60 un conjunto de fotografías de una incuestionable calidad técnica y estética. Circulan de aquí para allá por las redes sociales desde que Tom Sponheim, un estadoundense que durante unas vacaciones compró varios sobres de negativos en los Encants, las reveló y, sorprendido gratamente por lo que allí descubrió, las colgó en Facebook por si alguien conocía al autor. Suponía, como muchos, que eran el trabajo de un hombre. Hacía falta, pues, un Hércules Poirot que resolviera el caso, o eso parecía. No. Ha sido una Miss Marple. Begoña Fernández, otra apasionada de esas historias que se esconden en los negativos de los Encants, que comenzó primero siguiendo el rastro de unos negativos de 1937 que ella misma compró y, de repente, se vio dedicando semanas a una búsqueda de las fotos de Tom cuando supo de su historia. A menudo terminaba en callejones sin salida, daba entonces marcha atrás y, finalmente, halló la pista definitiva y dio así con el nombre de aquella excepcional fotógrafa aficionada.

Séptima hija de 10 hermanos, Milagros Caturla estudió para maestra. Nunca ejerció la profesión. Fue funcionaria en la Diputación Provincial de Barcelona. No era un trabajo apasionante, eso seguro. Primero estaba adscrita al Patronato de Apuestas Mutuas Deportivas Benéficas. Después, al servicio de agrimensura. Ella, gran lectora, tenía un don creativo latente. La fotografía fue el canal a través del cual lo exhibió en público.

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En la edad media del franquismo, a caballo de los años 50 y 60, las distracciones y aficiones a través de las que expresar la creatividad eran pocas. Los llamados salones fotográficos eran una excepción. Eran concursos para aficionados, para que trataran de recrear el estilo de los maestros de esta profesión. Fue ese rastro el que permitió a Begoña Fernández dar con Milagros Caturla. Tenía ya la sospecha de que se trataba de una mujer porque varias de las imágenes recuperadas por Tom Sponheim habían sido realizadas en una escuela y en ellas aparecían exclusivamente niñas. Le parecía extraño que un hombre hubiera traspasado esa frontera en aquella época. La escuela era la Carmen Tronchoni, conocida hoy como Tres Pins.

El momento de eureka por parte de Begoña ocurrió cuando descubrió en la prensa de entonces, y con la referencia del nombre de la escuela, la convocatoria de un concurso de fotografía exclusivo para mujeres. En las bases se precisaban los lugares que tenían que ser fotografiados. Aparecía el nombre del colegio, también una escuela de ballet del paseo de Sant Joan… Las piezas del puzle encajaban. Correspondían al trabajo de la misteriosa fotógrafa.

Por fortuna, la Agrupación Fotográfica de Catalunya colecciona primorosamente todos sus boletines y este tipo de premios eran allí censados. Allí estaba una de las fotos extraídas de los negativos que compró Tom en el 2001, y que ganó un cuarto premio en el año 1961. Se titula 'Fervor'. En ella, una anciana con un rosario en la mano reza con un gesto de desconsuelo en la cara. No es, ni de lejos, la mejor fotografía de Milagros Caturla. Tal vez el jurado valoró más el motivo que la tecnica. Eran tiempos de religiosidad, aunque fuera por obligación.

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Merece la pena examinar con paciencia el resto de su obra, que, por cierto, se expondrá parcialmente a partir del 19 de mayo en el Festival Revela’t que se celebrará en Vilassar de Dalt. Un paquete de 16 fotografías reveladas con cariño viajan en estos momentos desde Seattle, donde vive Tom Sponheim, con destino a Catalunya. Será una buena oportunidad para comprobar que aquella fotógrafa aficionada tenía un don. Por muy Leica que fuera su cámara, el dominio de los contraluces con los medios de entonces no era fácil. En este sentido, la imagen de tres religiosos que enfilan la calle del Bisbe es la más representativa de todas.

Milagros Caturla murió en el año 2008, sin hijos, con un alzhéimer que le habría impedido disfrutar de este reconocimiento que llega tarde. Su sobrino Lluís, al que ha localizado Begoña, anda de repente sobrepasado de emoción. Sabía que su tía, con la que mantuvo una estrecha relación, era aficionada a la fotografía. Tenía una habitación en su piso de la calle de València completamente dedicada a ello. No sabía que era una fotógrafa tan buscada.